miércoles, 13 de junio de 2012

Valor de la Convivencia Familiar

En la actualidad, la poca convivencia que existe entre los padres e hijos se ha incrementado en los último años. Es importante resurgir el valor de la familia.
 
Familia
FMU/ Sergio Yakovlev Giorgana
Me llama la atención la poca convivencia que existe entre algunos padres de familia y sus hijos. Él, todo el día en el trabajo, come fuera de casa, llega cuando los niños duermen; mientras que ella, está muy ocupada en cumplir con las mil actividades  vespertinas de los niños y de su profesión.

Entre semana, algunos hijos, luego de regresar del colegio, apenas pueden terminar la comida, pues ya se les hace tarde para la clase de tenis, ballet, natación o la de inglés. Tan pronto como terminan esas actividades, vuelven fatigados a casa, pero tienen que hacer la tarea. Luego, siempre arriados por el grito de mamá, se meten a bañar, cenan y a dormir. Así son sus días. 

Y el fin de semana, padres e hijos, deshechos por la agotadora semana, ya no quieren saber del otro. Cada quien sus amigos, sus comidas, sus fiestas; cada quien sus películas; cada quien su vida. Se van las semanas y si bien hubo momentos en que estuvieron juntos, no hubo ninguno en que convivieran realmente. 

Hoy en día, el lenguaje se usa sólo para transmitir información, no para comunicarnos. Estamos muy bien enterados de la talla y medidas de nuestros niños, de su peso, sus padecimientos, su comida favorita, cuántos dientes se le han caído, qué juguetes les gustan, quiénes son sus amigos, quiénes sus maestros, cuáles son sus calificaciones. Coleccionamos datos y con ellos hacemos una radiografía. Entonces, creemos que los conocemos. Lo cierto es que no hemos aprovechado el lenguaje para hablar de sus y nuestros sentimientos y, este hecho, levanta muros entre padres e hijos y entre la misma pareja.

Los sentimientos son lo que asimilamos de los sucesos que se nos presentan día a día. Es decir, lo que uno siente. El niño que logra expresar un sentimiento presta atención a su voz interior. Aprende a comprenderse y a aceptar su modo peculiar de ser. Cuando su expresión ha sido escuchada y comprendida, el niño se mira en los ojos de quien lo acoge y, entonces, comienza a reconocerse a sí mismo. Gracias a esa compenetración, el niño se reconoce: “yo soy éste”, con lo cual, adquirirá confianza en su persona. Al pasar los años, acostumbrado a intimar con él mismo, su inteligencia emocional se encontrará madura, y esto le permitirá entablar relaciones estables y duraderas. 

Un niño ignorante de sus sentimientos, tenderá a ensimismarse, su comportamiento será hosco y es posible que su grado de intimación se vea afectado a lo largo de su vida. Si no puede poner en palabras su sentir, será muy difícil que logre traducir el sentir de otra persona. 

¿Cómo se despierta en el niño la capacidad para expresar sus sentimientos? A través de la convivencia con sus padres. El diálogo es la vía por medio de la cual se con-vive. No se trata de “estar con” el otro, se trata de “vivir con” él. 

Propongo que entre padres e hijos se abra un flujo de comunicación libre y voluntario por medio del cual surja el intercambio sincero de sentimientos. Esto no es posible de un día para otro, tampoco cuando a uno se le antoje la idea de ponerlo en práctica por un tiempo. La sana con-vivencia entre padres e hijos, es una labor de todos los días. 

No desaprovechemos los valiosos momentos que tenemos con nuestros niños. Vale la pena darnos tiempo para con-vivir en familia.

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