miércoles, 13 de junio de 2012

Características de la Convivencia Humana

Respeto a la persona

Dios quiere convivir con los hombres -"habitó entre nosotros"-, pero, sin embargo, no impone a nadie esa convivencia sino que la ofrece a todos para que el que quiera la acepte: "He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno escuchara mi voz y me abriera la puerta, entraré a él y con él cenaré y él conmigo" (Ap. 3, 20) Dios respeta la libertad de cada hombre y el cristiano debe tener también este mismo respeto a la persona en su convivencia con los demás.

El respeto a la persona es norma esencial en la convivencia cristiana, pues sólo así se salvaguardan los derechos personales. En cambio, cuando se actúa por otros criterios y se convierten los hombres en "cosas", se acaba por despreciar a los hombres concretos cuando estorban para el fin que se propone quien actúa de esa manera (cfr. DM, 11)

En justicia y misericordia

El respeto a las personas debe llevar a dar a cada uno lo suyo. Esta es la virtud de la justicia en la que ha de estar basada toda convivencia humana. Cuando se quebranta la justicia surge la violencia en todas sus formas, tanto la violencia física -agresiones, terrorismo, etc.- como la violencia en las ideas, que es la manipulación de muchos por unos pocos. Toda injusticia debe ser solucionada, pero se debe hacer pacíficamente y el recurso a la violencia, en cualquiera de sus formas, siempre es rechazable.

Si se vive la justicia se dará la solidaridad entre todos los hombres. Cuando el hombre se considera como uno más entre los otros, desea para los demás los bienes que desea para sí mismo y se une a ellos para conseguir el bien común.

Si el hombre tal y como lo creó Dios pudo faltar a la justicia pecando, mucho más después del pecado original que introdujo, además de la limitación propia de la naturaleza creada, el desorden fruto del pecado (cfr. DM, 12) Por eso no basta con vivir la justicia en las relaciones humanas. En el Viejo Testamento se propone la Ley y vivir la Ley es vivir en justicia, es ser santo. En el Nuevo Testamento, Cristo predicó el amor y lo puso como distintivo de sus discípulos en el "mandamiento nuevo" (Jn. 13, 14) El cristiano debe hacer presente en su convivencia con los demás a Dios en cuanto amor y misericordia, haciéndose como San Pablo: "todo para todos, para salvarlos a todos. (l Co. 9, 22) La superación de la ley del Talión por otra más perfecta, la de Cristo, es el fin que debe buscar el cristiano en su convivencia con los hombres.

El clima en que debe moverse la convivencia cristiana es la amistad con todos. Amistad que llevará a comprender y, fundamentalmente, a servir. La convivencia debe afrentarse como un servicio a los demás a ejemplo de Cristo que no vino a ser servido, sino a servir (cfr. Mt. 20, 28) Este espíritu de servicio deben tenerlo tanto los que conviven como quienes organizan la convivencia. La autoridad es un acto de servicio. Este servicio debe hacerse afablemente, quitando todo trato orgulloso o polémica ofensiva.

Autoridad y obediencia

Para una sana convivencia hace falta que haya quien la organice y vigile. Una sociedad sin autoridad es semejante a un cuerpo muerto que se descompone. La autoridad la forman los gobernantes legítimos, que deben trabajar para el bien común de la sociedad en la que ejercen su gobierno.

a) La autoridad debe estar sometida al orden moral

El hecho de que la autoridad sea necesaria no quiere decir que pueda ser arbitraria, pues entonces degeneraría en tiranía. Dado que humanamente ocupa el máximo rango de la escala social, evitará la tiranía y la arbitrariedad cuando reconozca la autoridad superior de la ley moral.

"La autoridad, sin embargo, no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior. Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la recta razón. Por ello, se sigue evidentemente que su fuerza obligatoria procede del orden moral que tiene a Dios como primer principio y último fin."

b) La autoridad puede obligar en conciencia

El camino por el que cualquier autoridad conoce el orden moral, aunque no sea cristiana, es la recta razón. Precisamente por la ley moral es por la que puede obligar en conciencia a los súbditos, al menos en las cuestiones más importantes, y no sólo por la coacción externa de la fuerza policial.

Cuando la autoridad respeta el orden moral y a la persona humana, obliga incluso interiormente, es decir, en conciencia. Si no fuera por el orden moral nadie tendría derecho a obligar en conciencia a los demás, porque todos los hombres son esencialmente iguales. Sólo Dios puede obligar en conciencia y juzgar en lo más íntimo del corazón humano.

"Los gobernantes, por tanto, sólo pueden obligar en conciencia al ciudadano cuando su autoridad está unida a la de Dios."

Si se olvidase la recta razón y el orden moral en el ejercicio de la autoridad, sólo se podría obligar externamente y recurriendo a la violencia, lo cual es una injusticia.

c) Se debe obedecer a la autoridad legítima

Obedecer a los gobernantes no es sometimiento sino colaboración en la consecución del bien común de la sociedad. El ambiente óptimo social se da cuando los gobernantes y los gobernados colaboran y dialogan en la solución de los problemas sociales.

"La obediencia a las autoridades públicas no es, en modo alguno, sometimiento de hombre a hombre, sino, en realidad, un acto de culto a Dios, creador solícito de todo, quien ha ordenado que las relaciones de la convivencia humana se regulen en el orden que El mismo ha establecido; por otra parte, al rendir a Dios la debida reverencia el hombre no se humilla, sino más bien se eleva y ennoblece, ya que servir a Dios es reinar."

Servicio y diálogo

No basta con que en una sociedad haya una autoridad y que trabaje bien por la feliz convivencia de sus súbditos; para lograrlo, debe tener siempre presente quien manda, que la autoridad es un acto de servicio a los súbditos y la mejor forma de lograrlo es con un diálogo entre gobernantes y súbditos.

La tiranía es una deformación de la autoridad, que hace imposible la pacífica convivencia, porque el tirano prescinde de que su deber y finalidad es servir al pueblo.

Existen muchos modos para facilitar el diálogo entre gobernantes y gobernados, pero tiene un especial valor el que entre el ciudadano y el Estado se den entes intermedios que hagan, por ser más pequeños, conocer mejor el querer social de los individuos concretos de esa colectividad.

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